¿Es el PIB un buen indicador de la riqueza de un país?
Para comenzar, una preguntita:
¿Qué tienen en común las siguientes acciones? El pago de la matrícula de un curso de la
Fundación de Estudios Bursátiles y Financieros, la venta de sardinas en el Mercado Central de Valencia y la compra de entradas para el musical CABARET a través de internet.
Respuesta:
Todas contribuyen a incrementar el PIB nacional. Pues
el PIB contabiliza todos los bienes y servicios que un país produce en un período de tiempo dado. Da igual cual sea su naturaleza, si se producen, se cuentan. Y ésta es una de las piedras angulares de la economía moderna.
Por ejemplo, en su “
Notas desde un gran país” el divertidísimo autor norteamericano
Bill Bryson relataba con su lucidez habitual su visita a una fábrica de zinc en Pensilvania. En ella se percataba del desolador paisaje que la rodeaba, pues desde la valla de la fábrica hasta la cima de la montaña “no se veía ni una pizca de vegetación”, como consecuencia de la polución que emitía la industria acerera.
Sin embargo, Bryson explicaba que desde el punto de vista del PIB aquello era una maravilla:
“En primer lugar, tenemos todas las ganancias económicas provenientes de todo el zinc que la fábrica ha refinado y vendido durante años. Luego, tenemos las ganancias de las decenas de millones que el Gobierno deberá gastar para limpiar el lugar y restablecer el equilibrio en la montaña. Finalmente, habrá una ganancia continuada de los tratamientos médicos que se aplicarán a los trabajadores y a los ciudadanos de las poblaciones cercanas que padecerán enfermedades crónicas tras haber vivido expuestos a los contaminantes”.
Verdaderamente, la Contabilidad Nacional a veces nos juega malas pasadas. Desde un punto de vista meramente contable, el que se edifique una urbanización en un paraje natural genera riqueza. Y el que los ciudadanos opten por acudir a un centro comercial los fines de semana, en lugar de corretear por el bosque sobre el que ahora se levanta, digamos, un golf resort contribuye a elevar el consumo de bienes y servicios. Consideren lo formidable del caso si el ciudadano compra una mesa de pino hecha con la madera de uno de los árboles del bosque que ya no existe.
Todo cuenta y todo suma para el PIB.
Como el economista
Herman Daly declaró una vez
“El actual sistema de contabilidad nacional trata a la Tierra como si fuera un negocio en liquidación”. Lo que nos lleva a las declaraciones de
Al Gore en su reciente visita a España, indicando que “
sin planeta, no hay economía que valga”. Pero, no nos desviemos y hablemos del PIB.
En la economía clásica la conexión entre bienestar y felicidad es muy clara.
Si el PIB crece es que la nación lo está haciendo bien y, presumiblemente, su población será más feliz, pues disfrutará de mayores cotas de bienestar y abundancia. Además, obsérvese que cuando el PIB se dispara los gobernantes se congratulan y la oposición política languidece.
Ustedes habrán oído de sus mayores la típica frase de “
antes no teníamos nada, pero éramos felices”, y que ahora “
todo es mucho más complicado”. Y es cierto.
La libre economía de mercado ha hecho que los países occidentales vivan el momento de mayor abundancia y prosperidad de su historia. Pero, al mismo tiempo,
la conexión directa entre mayor riqueza y mayor felicidad entre países se pone en cuestión. Por ejemplo, los norteamericanos y los japoneses son ahora tres veces más ricos que hace 50 años. Por el contrario, en las encuestas sobre felicidad, los ciudadanos de estas naciones proporcionan similares resultados a los de hace cinco décadas. En Gran Bretaña, el desempleo ha dejado de ser el mayor problema social. Según
The Economist, el número de desempleados británicos que solicitan el subsidio de desempleo es de 960.000 personas. Mientras, más de 1 millón están percibiendo beneficios sociales, pues la depresión y el stress los ha dejado incapacitados para trabajar.
Así que, la cuestión sería
¿es suficiente el PIB para medir el progreso de las sociedades? O, ¿sería posible utilizar otros indicadores que actuaran como complementos? Pues sí, o al menos, eso es lo que pretenden ciertos economistas que piensan que la felicidad, sí, nada menos que
la felicidad de una nación puede utilizarse como un indicador razonablemente fiable.
La felicidad como indicador de la riqueza y crecimiento de un país
Por ejemplo, un término que se acuñó en
Bután fue el de la Felicidad Nacional Bruta (“
Gross National Happiness”). Bután es un país situado en el Himalaya, entre China e India, que posee una cultura única basada en valores espirituales budistas. Son estas condiciones y no la falta de oxígeno en altitud, como bromea el escritor
Eric Weiner, lo que condujo en 1972 a su rey
Jigme Singye Wangchuck a buscar una política diferente, basada en la idea de que
el avance de la sociedad tiene lugar cuando el desarrollo económico y espiritual sucede, pues el uno complementa al otro y lo refuerza.
Los cuatro pilares del concepto de Felicidad Nacional Bruta de Bután son:
1) la promoción de un desarrollo equitativo y sostenible socio-económico
2) la preservación y promoción de los valores culturales
3) la conservación del medio ambiente y
4) el establecimiento del buen gobierno.
Los butaneses no son peligrosos comunistas, pues quieren entrar en la
Organización Mundial del Comercio. Sin embargo, en esta monarquía los planes económicos a veces no tienen un sentido meramente monetario. Por ejemplo, Bután cuenta con paisajes vírgenes y hermosos templos que lo hacen atractivo, pero a la vez restringe el número de visitantes, por lo que pierde enormes sumas de dólares anuales provenientes del turismo. De hecho, promueve un turismo “ecológicamente consciente” y cobra una tasa de 200$ diarios a cada turista. Y aunque tiene una economía de subsistencia basada en la agricultura y la ganadería, sus recursos madereros y minerales siguen prácticamente intactos. Todos los edificios se construyen según cánones tradicionales y los ciudadanos deben llevar ropas tradicionales durante la jornada laboral.
Eric Weiner visitó el país y comprobó que los butaneses no son ajenos a los gadgets occidentales. Los móviles e internet están de moda en la capital, no así los semáforos. Pero, en su opinión, muchos ciudadanos parecen dispuestos a cambiar una mayor renta por una forma de vida “más lenta, más humana”.
La felicidad como indicador económico es un concepto muy nuevo y algunos críticos lo ven como una idea de enganche vacía, dado que su medición dependería de unos parámetros muy subjetivos que podrían acomodarse según los deseos de cada gobierno. Sin embargo,
el planteamiento de buscar indicadores complementarios al PIB gana adeptos.
The Economist citaba en su edición navideña a
David Cameron, el joven líder del Partido Conservador Británico, quién sorprendió a propios y extraños al situar el nivel general de felicidad o de bienestar general, lo que definió como el
General Well Being, GWB, en el centro, nada menos, de su oferta electoral. Lo que choca con el planteamiento habitual de su partido de rebajar los impuestos para que cada ciudadano busque su particular “bienestar general”.
Además,
Antonio Garrigues Walker, presidente del despacho de abogados Garrigues, en su discurso de investidura como doctor “honoris causa” por la
Universidad Europea de Madrid el pasado 31 de enero declaró que el objetivo principal del ser humano en un entorno de revolución científica, tecnológica, cultural y ética ha de ser la búsqueda de la felicidad, lo que denominó el “
happiness per capita”.
La búsqueda de ese concepto no se debería quedar en algo local, sino global. En una entrevista concedida al diario Expansión, el economista chileno-alemán
Manfred Max-Neef expone que “el desarrollo económico llega a un punto que deteriora la calidad de vida”. Según él, “los países industrializados viven hoy con más angustia e incertidumbre”, pues “en las tres últimas décadas, la economía global ha crecido más que nunca y, sin embargo, cada vez aumentan más la pobreza, el hambre, la destrucción de tejidos sociales y el deterioro del medio ambiente”. Max-Neef defiende que
un país debe de buscar el mejor modo de crecer, sin obsesionarse con las grandes cifras y centrándose en conseguir logros cualitativos, como una mayor distribución de las rentas.
Para terminar una reflexión, algunos ciudadanos occidentales a veces se sienten perdidos. El capitalismo tiene la virtud de conseguir que lo que son lujos se conviertan en necesidades, ofreciendo a las masas lo que las élites siempre han disfrutado. Curiosamente, una conocida marca de automóviles alemana está abandonando el patrocinio de eventos relacionados con el golf para esponsorizar regatas de yates, pues el golf “se ha vuelto demasiado popular”. Por ello, no es de extrañar que los ciudadanos confundan bienestar con felicidad, cuando no son lo mismo. Como apunta
Ismael Quintanilla, profesor de la Universidad de Valencia, “
el consumo genera bienestar, pero no felicidad”. El estado de felicidad “depende de una mirada interior. De cómo nos vemos a nosotros mismos respecto a los demás”, pues es un “sentimiento subjetivo”. Sin embargo, recuerden también este viejo dicho “El que dice que el dinero no da la felicidad es que no conoce las tiendas adecuadas”. Ustedes mismos.
Visto en el Blog de Felipe Sanchez Coll